viernes, 17 de junio de 2016

Miedo a desobedecer



        El olor a tierra mojada impregna el aire. Mis botas están manchadas por el barro. Anoche llovió bastante. Todo parece ahora un lodazal.
        Los pequeños están mojados y sucios; aun así, juegan sin perder la sonrisa saltando de charco en charco.
         Veo a uno correr tras un balón andrajoso. Me recuerda a mi pequeño. Por un momento me pregunto, ¿y si fuera él quien estuviera al otro lado de la verja? No creo que mi hijo pudiera soportarlo. Ni yo tampoco. Mi familia tirada en calle, sufriendo por culpa de esta maldita guerra. Me recorre un escalofrío al imaginarme tal situación.
         Pobres chiquillos. Da tanta pena verles. Su infancia ha acabado demasiado pronto. Aunque parezcan felices, es sólo momentáneo. Pues pronto deberán abandonar de este campamento.
         Compruebo mi equipamiento. Parece que está todo en orden.
         No creo que sea lo más justo lo que mis compañeros y yo vamos a hacer. Sin embargo, no tenemos otra opción si queremos que haya un sueldo en nuestros hogares. No es nuestra culpa la situación de los refugiados; así que, nuestro país no puede hacer nada más por ellos, lo harán nuestros vecinos mucho mejor que nosotros. Es lo que nuestros gobernantes nos han dado a entender. Y no debemos contrariarles.
        Nos llaman por radio. Es la señal. Me ajusto el casco. Compruebo por última vez mi arma. Ahora, también el futuro de mi hijo está en juego. Si quiero que él tenga uno, debo obedecer las órdenes.



Nota: Este texto participa en La Primavera de Microrrelatos Indignados 2016 del blog La colina naranja.
Más información: http://lacolinanaranja.blogspot.com.es/2016/04/pmi-2016.html

lunes, 6 de junio de 2016

Un último vistazo

     —¡Mírate, maldito seas! —gritó enfurecido—. Contempla en este espejo en lo que te has convertido. ¡No! Ni se te ocurra agachar la cabeza ni mucho menos cerrar los ojos. ¿Sabes el sufrimiento que has provocado? Sí, lo sabes muy bien. Todo esto es por tu culpa. A esto hemos llegado. Ya no me queda nada. Pero eso va a cambiar. Te lo aseguro. No volverás a hacer daño a nadie más. Ella tenía razón. Si sólo la hubiera escuchado, esto no habría pasado. Sin embargo, la ignoré como un necio, ¡por ti! Ahora me arrepiento de ello, pero ya es tarde, mi viejo amigo. ¿Qué? ¿Ahora estás llorando? Pobre infeliz. Eso no te salvará. No pienso perdonarte. Aunque, lo que sí que haré, será poner fin a tu sufrimiento.
     Apuntó el cañón de la pistola hacia su sien. Echó un último vistazo a su propio reflejo en el espejo. Las lágrimas le recorrían las mejillas. Cerró los ojos.
     —Gracias —dijo sonriente antes de desplomarse en el suelo.





Nota: Con este texto participo en el concurso “Literatura a mil”, patrocinado por Signo Editores & Hablando con letras.
El microrrelato se encuentra disponible en la web del concurso para su votación. Para votar, tenéis que acceder al siguiente enlace:
A continuación, sólo tenéis que hacer clic en el corazón que hay al final del texto, sin necesidad de que os registréis. Podéis reenviar el enlace a quien queráis sin ningún problema. Muchas gracias por vuestra colaboración.