Desperté entre espasmos, tiritando de frío. Me costó incorporarme. La cabeza me daba vueltas. Me encontraba rodeado de árboles, cubiertos de nieve. Me puse en pie y me sacudí bien para quitarme la nieve acumulada en mí. Tenía que regresar a casa antes de que anocheciera y me congelase.
Los
pies se iban hundiendo en la nieve mientras caminaba para salir cuanto antes de
este bosque.
Sentí
un dolor súbito en las sienes, como si me atravesaran con un taladro. Se me
nublaba la visión. Un pitido en los oídos me ensordeció. Caí de rodillas. Sentía
pinchazos por todo el cuerpo. La mandíbula me dolía a horrores. Unos temblores
me recorrieron todo el cuerpo. Exhalé un grito de dolor.
Levantar. Cuerpo débil. Encontrar
hogar. Proteger cuerpo. Encontrar camino. Seguir camino.
Entrar en hogar.
Comer.
Descansar.
La
luz del sol que se filtraba entre las cortinas me sacó de mis sueños. Me
costaba levantarme de… ¿la cama! ¿Cómo había llegado ahí? Me puse de pie de un
salto. Eché un vistazo rápido. Sin duda estaba en mi casa de campo. No entendía
qué pasó ayer.
Me
puse un albornoz y fui a desayunar.
¡Vaya
desastre! La cocina parecía que la hubiese asaltado un animal salvaje. La
nevera y los armarios abiertos, con comida por el suelo. Tendría que ir al
pueblo a comprar.
Me
tomé un café mientras aclaraba ideas. Fue en vano, apenas recordaba nada de lo
de ayer. ¿Tal vez me habría dado algún ataque? Esta tarde llamaría al médico.
Fui
a darme una ducha.
Mientras
seguí absorto en mis pensamientos bajo el agua caliente, noté un sabor
metálico. Escupí instintivamente. Sangre. Y, de repente, cayó una de mis muelas
a mis pies. Sentí un fuerte dolor en la
boca. Se me estaban cayendo los dientes.
Me
miré en el espejo tras enjuagarme. El reflejo me devolvió una imagen grotesca.
Sin dientes, con los ojos enrojecidos. Me sentí febril.
Me
puse el albornoz y fui a llamar emergencias.
Se
me cayó el teléfono de las manos temblorosas, como si me recorriera una
corriente eléctrica. Marqué con gran esfuerzo el número de emergencias y esperé
a que diese tono. Aunque dudaba que pudiera hablar bien sin dentadura.
De
nuevo sentí un pitido en los oídos y dolor en las sienes. Dejé el teléfono
descolgado en la mesa y fui hacia la puerta. Me estaban dando espasmos. Salí
afuera. Hacía frío, pero no me importaba. La nieve cubría todo el campo.
Frío. Muerte. Volver al hogar. Alimentarte.
¿Quién
había dicho eso?
Tú, yo, nosotros.
Genial. Estaba perdiendo
la cabeza.
No. Cabeza fuerte. Cuerpo débil. Perder vida
en frío.
¿El frío me iba a matar?
¡Pues claro! ¿Qué estaba haciendo en el campo?
Cazar. Alimentarte.
Mi
otro “yo” me decía que debía cazar y alimentarme. ¿Cazar el qué?
Carne.
Como
si fuera tan fácil cazar para un hombre.
Tú, yo, nosotros no ser hombres.
¿No soy un hombre?
No hombre. Completar transformación.
Cazador.
¿Por
qué?
Sobrevivir frío. Muerte venir.
¡No
quiero morir!
Nosotros transformar. Ser uno.
No
sentía frío. Una gruesa capa de pelaje me cubría por completo. Había recuperado
todos los dientes, aunque eran más grandes y afilados. Mis sentidos estaban
acentuados, incluyendo el gusto. El sabor de la carne fresca era deliciosa.
Partí
con facilidad el brazo del policía. Yacía desangrado en el suelo, junto a su
compañero decapitado por mis garras. Supongo que la central, al recibir mi
llamada sin respuesta, enviaron una patrulla. Seguí comiendo. Debía alimentarme
bien. No quería volver a pasar frío nunca más.
Nota: Participé con este escrito en el “III Certamen Walskium de Microrrelato de Terror y Fantástico”. Lo publico aquí para que lo lea quien quiera.
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