Oía el tañido de unas campanas en la lejanía.
—Despierta, Samuel. No puedes seguir durmiendo— resonó una voz familiar.
—¿Qué está pasando? —pregunté en voz alta. Estaba aterrado, no me podía mover.
—Hazme caso, tienes que despertar antes de que veas la iglesia.
—¿Qué iglesia? ¿Pero de qué estás hablando? —pregunté al ser invisible que me
hablaba.
—¡Despierta de una vez! —gritó la Voz.
La oscuridad se desvaneció dejando paso a la luz, una luz que iluminaba todo
pero que también me cegaba. Las campanas comenzaron a sonar tan fuerte que creí
que me iban a estallar los tímpanos.
Me tapé los oídos y cerré los ojos con fuerza.
Tenía miedo.
Se me escapó un grito.