Hacía más frío que de costumbre en esta
época del año, así que me arropé hasta el cuello. Enseguida me dormí. El
cansancio acumulado de días atrás pudo conmigo.
Algo me despertó. Abrí los ojos, la
poca luz que había en la calle era suficiente para ver mi habitación. Ahí estaba
ella.
—Cariño, no puedo dormir bien —susurró
mientras se metía en la cama—. ¿Me dejas estar aquí contigo esta noche?
Estaba petrificado, no podía creer lo
que estaba presenciando ante mí. Ella no debería estar aquí. Intenté gritar,
pero nada salió de mi boca.
—Ahí —continuó diciendo tumbada a mi
lado—, fuera, hace más frío que ayer. Y está todo mojado. Déjame sólo esta
noche aquí. Vale, ¿cariño?
Me miró y me dio un beso de buenas
noches en la mejilla.
Desperté sobresaltado. Encendí la luz.
No había nadie alrededor. Estaba empapado de sudor, pero tenía frío. Me toqué
la frente. Esperaba no haber pillado algo. ¿Qué
es lo que pasó anoche? No lo recordaba bien. Sólo tenía una idea en mente, que
debía hacer cuanto antes.
Cuando llegué al lugar, vi a varios
operarios trabajando. Parece que una tubería cercana se había roto y por el
frío que hizo anoche se congelaron los charcos que se formaron en la
superficie.
La tumba de mi esposa estaba cubierta
de hielo.
Nota: Participé con este relato en el “I Concurso de relatos de terror” del Centro Juvenil El Sitio de mi Recreo (Villa de Vallecas). Lo publico aquí para que lo lea quien quiera.
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