viernes, 14 de noviembre de 2014
lunes, 14 de julio de 2014
Lo encontré en el bosque
Al
final lo hice. Estaba harto de tanta monotonía, del acero, cristal y hormigón.
Cuando el director me dio el visto bueno, sentí un gran alivio. Lo había estado
posponiendo desde hace años. No lo necesitaba cuando me llegó mi turno, así que
se lo cedí a otro compañero. Sin embargo, el año pasado ya no podía más, el
estrés me comía por dentro. Había tenido algunos problemas familiares y
laborales que lo agravaron aun más. Así que, cuando fui al psiquiatra me
recomendó que me tomara unas vacaciones. Unas largas vacaciones.
Me
concedieron un año sabático para alejarme de las clases. Para descansar y estar
a gusto elegí un pequeño pueblo del norte del país. Se encontraba cerca de las
montañas, con un gran bosque a su alrededor.
¿Por
qué elegí ese pueblo? El Bosque de la Ladera era su nombre, no era muy
original, pero resumía bastante bien su geografía. Era un pueblo levantado hace
cientos de años por leñadores y sus familias. Un gran bosque que se extendía
por toda la cordillera: hayas y robles en la parte inferior, abetos y otras
coníferas en la superior; aunque, debido a la deforestación, la mayoría de las
hayas y robles habían sido sustituidos por eucaliptos, de rápido crecimiento. Los
habitantes se establecieron allí gracias al río que bajaba desde el pico de la
montaña y a que estaba orientado hacia el sur, con lo cual los inviernos no
serían muy fríos. Agua y fuente de ingresos eran dos puntos a su favor. Cuando
la industria maderera empezó a flojear a mediados del siglo pasado, tuvieron
que cambiar su modelo económico. Turismo rural fue la respuesta. Abrieron
paradores y algunos hostales en el centro del pueblo y en las afueras del
mismo. Su paisaje atraía en las vacaciones a no muchas personas, pero las
suficientes como para mantenerlo vivo. Además, habían establecido algunos
campos de cultivo y zonas de ganadería, al final de la ladera, para
complementar su economía.
viernes, 23 de mayo de 2014
Escape de la prisión
Estoy apresado con gruesas cadenas de
acero que me inmovilizan. En una oscura y fría celda me tienen retenido, sin
posibilidad de escapar.
¿Por qué aún sigo con vida? El enemigo no
suele hacer prisioneros de guerra. Tal vez pronto me ejecuten. Nos quieren a
todos muertos.
¿Cuándo y cómo empezó esta guerra? Lo
recuerdo perfectamente. Todo comenzó en los primeros meses de 2039, con unos
cambios políticos a gran escala. Se promulgaron unas leyes en todos los países
del mundo civilizado. No nos lo esperábamos. Los grandes dirigentes políticos y
altos cargos militares no tenían interés en la prosperidad y seguridad de las
personas a las que debían servir. Al contrario, sus nuevas leyes fueron
impuestas con mano de hierro.
Control ciudadano, abolición de las
libertades individuales, ilegalizar los embarazos naturales aleatorios sin
control sanitario, incremento de los impuestos en todos los sectores, aumento en
la producción de armamento… Todo ello nos hacía sospechar —sólo a unos pocos, por
desgracia— que se avecinaba una nueva gran guerra. Mas, ¿contra quién? ¡Ah! Si
la gente nos hubiera hecho caso en ese momento, podríamos haberles hecho frente
y no haber sido casi diezmados. Pero el escepticismo y la resignación en aquel
entonces predominaban.
Fue triste —patético dirían algunos—
ver cómo el control de los medios informativos oficiales cegó a la inmensa
mayoría de la población. Tanto que no se dieron cuenta de lo que en realidad sucedía,
hasta que fue muy tarde. Los soldados entraron en los supuestos seguros hogares
de los ciudadanos y los sacaban a la calle. Eran o bien ejecutados allí mismo
o, si veían que podían serles útiles, enviados a fábricas o a campos de
concentración.
La Historia volvía a repetirse.
El enemigo había aprendido de nosotros
todo lo que le habíamos enseñado. Lo que no les habíamos mostrado, lo
estudiaron por cuenta propia. Fueron más listos que nosotros. Nos engañaron.
Les subestimamos y, lamentablemente, fue un grave error.
miércoles, 23 de abril de 2014
Vuelven a por nosotros
Han pasado cinco años
desde el último ataque. Aguantamos en nuestras posiciones, no cedimos ni un
paso. Superamos su invasión. Y pagamos, con creces. La esperanza quebró, las
vidas de muchos quedaron destrozadas. Ahora, parece que hay prepararse de
nuevo. Han sido cinco años de reconstrucción, cinco años de silencio. Han
vuelto de nuevo a por nosotros. El sonido de la guerra retorna a nuestras
tierras, como el viento de una tormenta. Y, esta vez, estoy asustado... podemos
perderlo todo.
lunes, 24 de febrero de 2014
Un nuevo amigo
Hace unos años, en un pequeño pueblo del estado de Nevada (EE.UU.), había un adolescente,
llamado Sam Henderson. Era un chico normal, salvo por el hecho de que sufría
abuso escolar en su instituto. Sam era tímido, callado, tranquilo, inteligente
y un friki. No tenía amigos de verdad.
Un día,
después de clase, Sam estaba volviendo a casa, cuando tres de sus compañeros de
clase aparecieron de un patio trasero de una casa. Eran sus abusones: Bruce
Carter y sus secuaces, Jenkins y Larry.
Al parecer,
estaban esperando a Sam para pegarle una paliza. Intentó salir corriendo; sin
embargo, Jenkins y Larry le atraparon. Mientras le agarraban, Bruce empezó a
pegar puñetazos en la tripa de Sam.
Cuando los
abusones terminaron, metieron a Sam en un contenedor de basura. Aunque no
estaba inconsciente, se encontraba débil y dolorido.
Sam, con
lágrimas en los ojos, intentó abrir la tapa del contenedor. Cuando consiguió
salir, se dio cuenta de que no estaba en su pueblo. Miró alrededor. Sólo se
veían árboles y rocas. El aparente bosque estaba bastante oscuro.
De repente,
un espectro salió tras un árbol.
—¿Qué...
Quién eres? —preguntó Sam asustado.
—Hola,
humano —dijo el fantasma—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—No lo sé
—respondió Sam—. No tengo ni idea de cómo he llegado aquí.
—Ya veo
—dijo el fantasma.
—¿Dónde
estoy? —preguntó Sam al fantasma—. ¿Qué es este lugar?
—No estás en
tu mundo —respondió el fantasma—. No puedes permanecer aquí durante mucho
tiempo, a no ser que quieras convertirte en algo como yo.
—¿Qué puedo
hacer? —preguntó Sam asustado ante semejante afirmación.
—Sígueme
—respondió el fantasma—. Conozco el sitio donde podrás volver a tu mundo.
Sam le
obedeció.
Caminaron a
través del bosque hasta llegar a una explanada. Había un hoyo en el medio.
—Mira al
hoyo que hay en el suelo —dijo el fantasma a Sam.
Sam lo miró.
El agujero era enorme, no pudo distinguir el fondo a causa de lo oscuro que
estaba.
—Ésta es la
forma de regresar a tu mundo —dijo el fantasma.
—¿Quieres
que me tire a dentro del hoyo? —preguntó Sam sorprendido.
—No
—respondió el fantasma—. Los que tienes que hacer es cruzarlo usando esa cuerda
como puente.
—Pero, ¡es
una locura!
—Tienes que
creer en ti mismo. Puedes hacerlo.
Sam cerró
sus ojos y empezó a andar.
El fantasma
le animó: —¡Vamos, Sam! ¡Puedes lograrlo!
Cuando Sam
se encontraba a mitad de camino, la cuerda se rompió.
—¡No! —gritó
Sam.
Cayó sin
remedio. La oscuridad le rodeó.
A
continuación, empezó a sentir dolor en su estómago. Gimió por ello y se dio
cuenta de que estaba de vuelta en el contenedor de basura.
Sam lo abrió
y salió fuera.
Los abusones
aún seguían cerca de ahí. Estaban riendo y charlando.
—¡Eh, Bruce!
—gritó Larry—. Sam quiere más.
—¡Jajaja!
—rió Bruce—. Eres demasiado tonto, Sam.
—¡Vamos a
por él! —gritó Jenkins.
—¡No!
—espetó Bruce—. Él es mío, sólo mío.
Jenkins y
Larry permanecieron quietos, mientras Bruce se aproximaba a Sam.
De repente,
una luz blanca cegó a todo el mundo. Cuando cesó, Bruce empezó a hablar.
—Sam —empezó
Bruce—, quisiera disculparme por mi comportamiento. Lo siento, compañero.
—¡Qué!
—gritaron Jenkins y Larry.
—Callos
vosotros dos —dijo Bruce—. Siempre estáis conmigo porque soy más grande y
fuerte que vosotros dos juntos.
—Pero,
Bruce, somos tus amigos —dijo Larry.
—Sí, Sam es
un perdedor —añadió Jenkins.
—No,
vosotros sí que soy unos perdederos y las personas más estúpidas que he
conocido —sentenció Bruce.
—Bruce,
¿entonces no quieres pegarme? —preguntó desconcertado Sam.
—No, tu
ahora eres mi amigo —respondió Bruce. Entonces, miró a Jenkins y a Larry—. Si
tocáis alguna a vez a Sam, os mataré, ¿entendido?
Asintieron
con la cabeza.
Bruce puso
su mano sobre el hombro de Sam.
—A partir de
ahora, te protegeré, amigo —dijo Bruce.
Sam le miró
a los ojos, aún sin creérselo. Al instante, lo comprendió todo.
—Después de
todo, tú me salvaste de aquel maldito lugar —le susurró el fantasma con su
nuevo cuerpo.
Notas:
Este relato corto fue escrito por Borja Fernández Retuerto, en colaboración con Almudena Rodríguez Valencia y Gema Sánchez-Román Jiménez, corregido por la profesora Clara Álvarez para la clase de inglés.
Si desea leer el relato en inglés, por favor, haga click en este enlace:
(If you
want to read the English version, please, click this link)
http://csim-tellmemore.blogspot.com.es/2014/02/stories-written-by-students-new-friend.htmlsábado, 22 de febrero de 2014
Un futuro sombrío
Bienvenido
al futuro. El mundo tal y como lo conocías ya no existe. Ha sido devastado. Los
humanos que quedan son una ínfima parte de lo que eran antaño. Las ciudades
están destruidas. Fuera de ellas, sólo hay vastos desiertos de cenizas y polvo.
Los antiguos bosques no son más que negras malezas densas e inaccesibles.
Aunque nadie sabe muy bien qué los habitan, aparte de la radiación que baña
toda la superficie terrestre.
La
civilización ha desaparecido. Ahora, los mitos y leyendas se mezclan con la
verdadera historia, con el grandioso pasado de la humanidad.
Han
pasado muchos años desde que el último avión surcara los cielos. Las antiguas
vías de tren están oxidadas y son intransitables, al igual que las quebradas
carreteras. Vehículos abandonados se amontonan en las calles. Si sintonizaras
la radio, no oirías nada, salvo un ruido estático.
La Era de la Humanidad ha terminado.
Ya no es ella quien domina el mundo.
Pero
los supervivientes se niegan a reconocerlo. Los supervivientes se esconden en
las cuevas de las montañas, en grutas, cuevas, subterráneos, metros y, los más
afortunados, en refugios nucleares. La superficie es peligrosa y nociva para la
vida humana. Sólo bajo tierra, donde la radiación no penetró lo suficiente,
pueden subsistir precariamente.
No
obstante, éste es un mundo sin mañana. No hay sueños, ni proyectos ni
esperanzas. Los instintos predominan sobre los sentimientos. Hay que
sobrevivir, cueste lo que cueste.
¿Crees
que lo conseguirás? O, ¿prefieres cambiar de futuro? Si deseas otro, selecciónalo
en las opciones de la Historia
de la Humanidad. Recuerda que, debes escoger sabiamente, puesto que ése será
el mundo donde pasarás el resto de tu vida, la tuya y la de los demás. La
elección está en tus manos.
>
Opción seleccionada #33.
>
¿Continuar?
>
. . .
lunes, 10 de febrero de 2014
Comprendiendo la naturaleza humana
Lo comprendo. Te comprendo. Si supieras lo humano que veo a diario. Todas las clases de penurias, crueldades y falsedades.
Si lo supieras, no habríamos llegado a esto. ¿O sí? Creo que habría llegado a pasar de un modo u otro. Las opciones son múltiples. Pero todos los caminos llevan al mismo destino.
Hemos convertido la vida en un objeto. Tu esfuerzo de cambiarlo ha sido en vano. Una inútil pérdida de tiempo. Y lo sabes. Los inocentes no lo son tanto. Todos tienen alguna culpa. O, si prefieres, pecado. En efecto, todos de una u otra forma son pecadores, han transgredido las normas establecidas. Sin embargo, no importa. Tu trabajo que creías era tan noble ha sido infructuoso. ¿Por qué? Te lo diré: cualquier esfuerzo se pierde en la pasividad de los demás.
Recuerdo una frase, aunque no su autor: “Nacieron antes los esclavos que los amos”. Vista la situación actual, no podría estar más de acuerdo con ella. Y tú, ¿no la crees muy cierta?
Puedes estar ahí sin hacer nada, en silencio. Pero sabes que, desgraciadamente, llevo razón.
¿Qué esperabas? ¿Creías que los convencerías? ¿Tendrías seguidores que te respaldaran e imitarían tus actos? ¿Pensabas que despreciarían lo que son y se unirían al unísono en un gran abrazo de amor fraternal? Eres un pobre iluso. Y yo también.
La mayoría son seres inmaduros. Siguen unas ideologías, credos, religiones... en las que encomiendan sus deseos, sentimientos, emociones y su razón. Lamentable, ¿no?
Bien sabes que no es que hayamos abandonado el amor. Es que jamás ha existido. Tu idílica misión era imposible de que acabase bien. Ellos no están dispuestos a hacer algo más allá de divertirse unos días a tu costa. Después, se les dará su pan y una orden. Lo aceptarán de muy buena gana. Especialmente si viene de los superiores, de la casta gobernante.
Este sistema nunca podrá ser destruido. ¿Tienes idea del porqué? Porque está representado en la naturaleza humana. Eso, amigo mío, es invencible.
Hemos terminado siendo no lo que pretendíamos, sino aquello a lo que nuestros errores nos han dirigido.
¿Pretendías encontrar un sentido a todo esto? No lo hay. Creemos que sí, cuando es mentira, son sólo espejismos de la realidad. Una ilusión que nos permite darle algún significado, aunque no sea la respuesta que buscamos. Pues la mayoría prefiere ser felices e ignorantes.
No somos más que unos desgraciados estúpidos, impulsados por instintos e intereses.
Para ellos, tú no eres más que un demente, un inadaptado social,
alguien que pone en peligro el sistema y la sociedad. Ya puedes hacerte
una idea de cómo terminará todo esto. No obstante, tal vez sean ellos los que
estén locos por no verlo como tú o, ahora, como yo.
Los pocos que te escucharon no son nada, piezas defectuosas de un engranaje que desconocen. Puede que les haya hecho felices, como te parecía. Sin embargo, su ilusión se extinguirá cuando tú lo hagas. ¿Qué permanecerá aquí cuando no ya no estés? La anécdota, el recuerdo, la diversión, el dolor. Todo ha sido un espectáculo. Te rebelaste contra lo que había con un pésimo resultado. Si hubieras triunfado, te habrías parecido a los demás: hipócrita, temeroso, débil... Tu proyecto iba a ser de todas formas un fracaso. Rápidamente habrían surgido de nuevo las mentiras, las infidelidades, la envidia, la codicia, el miedo y el odio. No hubiera funcionado, por más que te empeñases. No puedes luchar contra la naturaleza humana.
Lamento que esto haya concluido así. En realidad, no eres peligroso, como algunos intentan hacernos creer. Sólo eres un loco. No, eres un rebelde. Lo supe nada más verte en persona, en cuanto te miré a los ojos, lo comprendí todo por lo que luchaste. Si bien puede no parecértelo, yo mismo quería que continuaras. Al principio no lo comprendía; mas, como te he comentado, ahora creo que sí.
Ya no importa. Tus actos han sido en vano. No has logrado cambiar el sistema, ni mucho menos destruirlo. Alterar la naturaleza humana es utópico. Primero, todos deberían comprenderla en todos sus aspectos. Pero ellos no quieren, porque temen saber. La verdad les incomoda.
Compréndelo, las personas son muy extrañas, ¿verdad? Ansían la libertad y a la vez recelan de ella para poder seguir estando seguros en sus burbujas. No quieras explotarlas y dejarles sueltos. Es tentador pero irresponsable. Tus actos, aunque bondadosos, eran relativamente dañinos para ciertos grupos de individuos. Ya sabes quiénes son. Ellos son contra los que te enfrentabas. Pero, al final, has perdido. Lo siento, pero yo ya no puedo hacer nada. No permitirán que vuelva a pasar algo parecido. Cueste lo que cueste. Tu destino ya está sellado. El de los demás, también. Con suerte, puede que alguno se libre, si llega a comprender cómo realmente funciona todo. A aquel que lo intente, le espera un largo y arduo camino por delante. Le deseo mucha suerte y ánimo.
viernes, 3 de enero de 2014
Miedo a la hoja en blanco
El desierto nevado que se abre ante mí es desolador. El
frío polar me atraviesa sin piedad. Su blancura daña mi cansada vista. Pero
debo empezar mi camino o no aguantaré mucho más aquí, en este rincón, al borde
del abismo.
Un paso, luego otro y, así, hasta avanzar un poco a cada
rato. Sin embargo, mis primeros pensamientos están enredados, no consigo que
mis ideas se ordenen. ¿Me quedaré aquí el resto de mi vida? ¿Al borde del
precipicio? ¡Qué vergüenza más horrible!
Descansaré un rato, aún tengo tiempo de sobra. No creo que
a nadie le importe mi demora. ¿Y a mí? ¿Estoy seguro que no me importa quedarme
en esta esquina del mundo sin poder hacer nada?
Observándome me doy cuenta de algo. Mi mano tiembla a cada
movimiento que intento dar. El brazo se tensa, no parece querer colaborar en la
travesía. Me doy cuenta de que no me tiembla la mano por nervios o por el frío
del blanco paraje, sino por miedo. Reflexiono el motivo de esta situación:
¡Miedo! ¿De qué tengo miedo?
De fracasar. Ésa es mi respuesta. Contundente y clara. Llego
a la conclusión de que mi nulo avance es por temor al fallo y a la decepción.
De no poder estar a la altura de mis expectativas. Es un golpe duro.
Me doy media vuelta. Mirar al vacío era mejor que enfrentarse
con la blanca realidad. Ese páramo nevado se extiende ahora mucho más de lo que
uno pueda imaginarse. Aunque quiero avanzar por él, no puedo. Mis huellas
apenas se quedan marcadas en la nieve. Mis pensamientos se atascan en la mente.
No puedo hacer que fluyan con claridad. ¿Qué es lo que puedo hacer? Ya que no
hay una ruta fija que seguir por este blanco desierto, lo mejor será andar a
ciegas, hasta que me tope con algo. Si he errado el camino, siempre se puede
corregir. Es mejor esto ha quedarse parado sin hacer nada.
De repente, las ideas fluyen por mis manos como el agua
por un río. El brazo se mueve ágilmente mientras plasmo mis pensamientos. Por
fin he superado la primera línea de esta odiosa hoja en blanco.
Tras un buen rato he terminado mi proyecto. Lo que
antes era un desierto en blanco, ahora es un jardín lleno de palabras y frases con
vida propia.
Todos tenemos miedo a la hoja en blanco, a no saber qué
poner al principio, a cómo comenzar. Pues nos aterra el rechazo a lo que los
demás, opinen. Cada uno tiene sus particulares formas de enfrentarse a ello.
Algunos lo abandonan sin ni siquiera intentarlo, otros (tras mucho esfuerzo y
tiempo) lo consiguen. Sin embargo hay gente que tiene más facilidad y con sólo
pensar un poco ya saben cómo empezar (el terminar bien o mal ya es otra
historia).
Ciertamente, estar cara a cara con una hoja donde la nada
es lo que ocupa el espacio provoca cierto pavor. En lugar de verlo como una
oportunidad, algunos lo ven como un reto casi imposible de conquistar.
He aquí un gran error. Una hoja en blanco es una enorme de
expresarse. Hay que cambiar la idea de que se tiene que llenar esa página
cueste lo que cueste. Convertir el obstáculo en una gran ocasión es hacer más
liviana la carga.
Además, tenemos el “miedo escénico”. Lo que uno escribe,
otros lo leerán. Y, efectivamente, puede entrarle a uno pánico. El no saber si
entenderán lo que quiero decir o por qué me expreso así, puede intimidar. Bien,
no hay que pensar que lo leerá un gran público simultáneamente y estará ávido
de despedazarte cual depredador. Pienso que es más fácil escribir para alguien
en concreto (un familiar, un amigo, un conocido…). Cuando hay que compartir
algo, se recurre a alguien de confianza, ¿verdad? Pues en el caso de la
escritura sería algo similar.
Por otro lado, no hay que pretender lucirse (aunque sea
nuestro propósito). Procurar hablar de lo que uno sabe es una estupenda idea. Intentar
abarcar temas extraños suele complicar la tarea. No obstante, esto no quiere
decir que no lo hagamos; más bien que si lo hacemos, que lo hagamos con
conocimientos, que busquemos información para poder trabajar a gusto con
nuestro escrito. Cuanto más se lee (en teoría) más puede uno escribir sobre
diversos temas. Es importante tener una buena base y cultura que nos respalde.
Cabe destacar que, no debería asustar tanto la hoja en
blanco, sino el no tenerla a mano cuando te surjan las ideas y poder anotarlas.
O peor aún, no tener ideas. Esto es mucho más aterrador. Por suerte, siempre te
viene alguna que otra idea a la cabeza, algún que otro pensamiento fluye por
ahí. Es en ese momento cuando aprovechas, lo cazas y lo plasmas en esa hoja en
blanco que tanto se temía al principio.
En conclusión, el miedo a la hoja en blanco es algo que a
todos en alguna ocasión de nuestra vida (en mayor o menor frecuencia) nos ha
pasado. No hay que preocuparse excesivamente. Siempre se consigue avanzar por
ese desierto nevado, dejando tras de sí un paisaje plagado de tinta en el que
reflejamos nuestras expresiones e ideas.
Cada año nos dan un cuaderno con 365 páginas en blanco.
Cada día hay que escribir en una de ellas. Es una tarea que puede resultar
agotadora en ocasiones. No hay que rendirse. Tenemos a nuestro alcance multitud
de recursos, aprovechémoslos. Anímate a vivir esta nueva aventura que comienza
cada año.
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