jueves, 18 de julio de 2013

Esclavos mineros

            —¡Vamos, malditos animales! —gritó el capataz—. ¡Seguid cavando!
        Su látigo restalló sobre la cabeza de los esclavos. Se asustaron, pero enseguida continuaron picando las rocas, extrayendo minerales.
           Se acercó un guardia. En sus musculosos brazos llevaba un arma. Su piel escamosa reflejaba la luz en tonos verdosos.
         —Cuidado —le recriminó el guardia al capataz—. Si sigues azotándolos, se alzarán contra ti.
         —Sólo los asusto —respondió el capataz mientras enrollaba el látigo—. Tienen que saber quién manda.
      —Pero sin excederte —sus grandes ojos amarillos mostraban enfado—. Debes controlarlos. No matarlos.
          Mientras estaban charlando, un esclavo se tropezó, volcando la carretilla con piedras sobre otro esclavo. Empezaron a gritar. Parecía que se iban a pelear.
           El guardia se giró al oírles.
        —Si se matan entre ellos —le comentó al capataz—, tendremos que pedir nuevos esclavos. Eso será costoso.
        —Cuando estén heridos, los separaré —contestó el capataz—. Aguantan bien los golpes, a pesar de tener una piel tan blanda.
           Desenrolló el látigo.
        —Cuando uno de ellos caiga al suelo, azotaré al otro —continuó el capataz—. Así aprenderá que no deben pelearse entre ellos. Aunque lo dudo.
          El esclavo torpe cayó herido al suelo. El otro esclavo cogió del suelo una piedra. Iba a rematarle.
         El látigo azotó su desnuda espalda. Empezó a salirle sangre por la herida.
         —¡Quieto, maldito animal! —gritó el capataz mientras le azotaba.
         El esclavo pegó un grito. Era una mezcla de rabia y dolor. Le tiró la piedra al capataz.
         Éste se llevó las manos a la cabeza. Le dolió el golpe recibido.
         El guardia se puso delante de él.
       —Te dije que tuvieras cuidado—dijo mientras cargaba su arma—. Ahora tendré que matarle. Son las normas.
         Le disparó al pecho. Cayó al suelo. La sangre tiñó de rojo la arena.
         El otro esclavo consiguió levantarse. Miró al muerto. Rápidamente, volvió al trabajo.
       —Así aprenderán —dijo el capataz—. Estos asquerosos animales. Ha sido la especie más difícil en conquistar.
        —Y que lo digas —añadió el guardia—.  A la flota le costó bastante capturar el único planeta que habitaban en todo este sistema estelar.
         —¿Cómo llamaban estos seres al planeta? —preguntó el capataz.
         —Tierra, si mal no recuerdo. Y los seres, humanos.
        —¿Humanos? Para mí seguirán siendo animales. Si tienen un nombre, puedes llegar a encariñarte con ellos.
         Soltaron una fuerte carcajada.