El metro llegó a la estación. Como
cada lunes lo cogía para ir a trabajar.
Cuando se abrieron las puertas, la
gente subió deprisa.
Entré de los últimos. Me puse
cerca de la puerta.
El silbido del metro indicó el
cierre de puertas. Rápidamente, entraron dos hombres trajeados y una joven. Me
fijé en la chica: rubia, algo pálida, buen cuerpo. Sin embargo, había algo en ella que me
resultaba extraño y, a la vez, familiar.
El vagón se oscureció durante un
instante.
Mi vista volvió a posarse sobre la
chica. Aunque su melena le cubría parcialmente la cara, pude discernir que su
mirada estaba fija en el suelo.
Como si me hubiese leído la mente,
la chica alzó la cabeza y se giró. Aparté rápidamente la vista.
Oscuridad momentánea. Nos acercábamos
a una nueva parada.
Disimuladamente, desvié mi vista a
la chica. Había ido hacia la puerta, junto a otras personas. El cristal de la
ventana, reflejaban sus rostros.
No me percaté de lo que vi hasta
llegado el momento. Era lunes por la mañana y había madrugado.
El tren se detuvo en la estación. Las
personas se amontonaron detrás de mí. En cuanto se abrieron las puertas, salimos.
La chica también se bajó. Detrás
de ella se bajaron dos chavales bastante macarras y con pintas de haber pasado una larga noche de diversión nada saludable.
El metro partió. Yo me dirigí a un pasillo, en obras y
mal iluminado. Delante, a cierta distancia, iban la chica, seguida de los dos jóvenes.
Las luces volvieron a irse durante
unos segundos. Los muchachos empezaron a bromear.
—¡Rubia! —gritó uno de ellos—. ¿Te
has asustado? ¿Te da miedo la oscuridad?
Ni se inmutó. Siguió caminando.
—¡Eh! —gritó de nuevo—. Que te
estoy hablando. ¿Eres sorda?
La joven se volvió.
—¿Qué quieres, escoria inmunda?
—les espetó.
Los chavales se detuvieron.
—Tío —dijo el otro—, esta zorra te
ha insultado.
—Habrá que enseñarle modales
—comentó a su amigo.
Su amigo asintió. Sacó una navaja
del bolsillo.
La chica les sonrió.
Saqué mi móvil. Activé la cámara.
La imagen sólo mostraba a los dos chicos. Confirmé mis sospechas.
Guardé el móvil en el bolsillo. Corrí
hacia ellos.
—¡Eh! —grité—. ¡Parad!
Se giraron sorprendidos.
—¿Qué quieres? —preguntó el de la
navaja—. ¿Acaso pretendes hacerte el héroe?
—¿Vas a ayudar a esa puta después
de que nos haya insultado? —preguntó su amigo.
Desabroché mi cazadora.
—Aunque quisiera que os diesen una
lección, no puedo permitir que os maten.
—¿Qué? —preguntó asombrado el de
la navaja.
—¿Has oído lo que acaba de decir?
—preguntó su amigo—. ¿Qué nos van a matar?
Se rieron.
La vampiresa abrió la boca, mostró
sus colmillos y de un salto se puso detrás del de la navaja. Éste se dio la
vuelta.
—¿Pero qué...
La chica le agarró por el cuello,
levantándolo.
Su amigo se quedó paralizado. Fue
derribado de un golpe y se dio contra la pared. Soltó al otro, medio asfixiado.
Quedaron inconscientes.
La vampiresa me dirigió una fría
mirada.
—¿Cómo lo has descubierto, mortal?
—me preguntó.
—Deberías apartarte de los
cristales —respondí sonriente—. El reflejo no te hace justicia.
—¿Eres un cazador? —preguntó sorprendida.
Me llevé la mano al interior de mi
cazadora.
Como respuesta, la vampiresa se
abalanzó sobre mí. Me tiró al suelo. Mas fui más rápido y le clavé la daga con hoja
de plata en su corazón.
Gritó de dolor. Después, se convirtió
en cenizas.
Me incorporé y recogí la daga del
suelo.
Comprobé que los muchachos estuviesen
bien. Seguían inconcientes. Les dejé donde estaban y proseguí mi camino. No les pasaría nada. Pero, seguramente, se despertarían doloridos y confusos. Achacarían sus quejas a lo que tomaron anoche.
No informé a la Organización de lo
sucedido hasta que terminó el día. Fue como cualquier otro lunes.
Nota: Este relato lo escribí para el I CERTAMEN WALSKIUM DE MICRORRELATO DE TERROR Y FANTÁSTICO. Lo publico aquí para que lo lea quien quiera.