martes, 9 de agosto de 2011

Un olfato prodigioso (4)

            Tras un rato, apagaron casi todas las luces. Me cantaron el cumpleaños feliz. Les acompañe con unos aullidos. Luego, tomaron tarta. Yo, como el azúcar no lo puedo comer, comí unos dulces especiales para perro. Estaban muy ricos.
            —¿Y para esto yo estoy empezando una dieta? —se preguntó el capitán. Su barriga tampoco es que fuese muy grande. Y eso que era un agente que en últimos años los había pasado sentado tras su escritorio.
            Todos se echaron a reír.
           
            El tiempo siguió su curso. No fue hasta las diez pasadas, cuando nos fuimos a Central Park a dar un paseo Jack, Claire y yo. Fuimos por donde los árboles nos cobijaban con su sombra del calor que hacía.

            Serían las doce cuando a Jack le llamaron por radio. De su walkie-talkie primero sonó el pitido característico. A continuación, una voz de la centralita llamaba a todas las unidades que estuviesen en la zona que acudiesen al restaurante chino El pato feliz. Se estaba produciendo un tiroteo entre dos bandas rivales. Había pocos efectivos policiales en esa zona. Solicitaban refuerzos inmediatamente. Jack respondió a la llamada. Estaba a poco más de veinte minutos en coche de donde nos encontrábamos.
            Nos dirigimos en el todoterreno de Jack. Puso la sirena y encendió las luces. Tuvo que sortear el tráfico. Casi se da un par de veces con algún coche.
            Finalmente, llegamos en menos de diez minutos. La policía ya había acordonado el lugar. Varias bloques de edificios se habían convertido en una zona de guerra. Los equipos de respuesta táctica y de emergencia rodeaban el lugar. Esperando órdenes de sus jefes para entrar. Equipos de francotiradores estaban apostados en tejados que rodeaban la zona. No había helicópteros en la zona, ni siquiera de televisión. Según habían dicho por la radio, había hostiles fuertemente armados. Habían reventado varios coches que se encontraban estacionados en la calle. Tenían explosivos y armas de asalto suficientes como para volar la zona por los aires. No obstante, sólo se estaban disparando entre ellos.
            El restaurante chino era una tapadera, tal y como se había estado sospechando desde hacía tiempo, para el contrabando de mercancía y falsificaciones, tráfico de drogas y blanqueo de dinero. Nunca se encontraban pruebas suficientes para incriminar y encarcelar al supuesto jefe de la banda china, Chuang-Tsé. Un hombre gordo, muy bien vestido y siempre acompañado de sus leales guardaespaldas. Los federales le habían echado el guante un par de veces, sin éxito.
            Chuang-Tsé se encontrba esposado, en el interior de un furgón policial, junto a otros miembros de su banda heridos. Nuestro capitán, Callahan, les estaba interrogando. A su lado había un agente del FBI.
            Jack se bajó del coche.
            —Ni se os ocurra salir de aquí dentro —nos ordenó—. Claire, cuida de que no se le ocurra salir a perseguir a algunos de esos tipos. Son tipos muy peligrosos y están fuertemente armados. Si esto continúa sí, habrá que llamar a la Guardia Nacional.
            Dio la vuelta al coche. Abrió el maletero, se puso un armadura de kevlar por encima de la camisa; aunque, debajo de ésta, ya tenía su chaleco antibalas obligatorio. Abrió un maletín y sacó un rifle de asalto. Era el estándar de los SWAT: Colt M4A1, calibre mm. Se colocó la funda de su semiautomática del .45 en la pierna derecha. Ajustó el pequeño revólver del .38 en su tobillo. Cerró el maletero y se dirigió al furgón. Enseño su identificación al oficial. Nosotros éramos de antivicio, así que teníamos jurisdicción, con lo que podíamos actuar.
            El capitán le dijo algo a Jack. Asintió con la cabeza. Se colocó el auricular de su radio. Llamó a Sam. Era el teniente del equipo SWAT del departamento. Estaba en primera línea. Los camiones de las unidades de emergencia bloqueaban entradas y salidas a la zona; así como bloqueaban el paso del fuego enemigo.
            Sam vino casi al instante, corriendo. Llevaba puesto casi lo mismo que Jack, más el casco obligatorio y protecciones en las articulaciones. Estaban preparando un asalto por uno de los callejones que daban a la parte trasera del restaurante. Estarían escoltados por los furgones de los SWAT, que son blindados. Entrarían rápido y limpio. No eran un equipo de ataque, sino de contención. Utilizarían grandas de humo y munición no letal para contener a la multitud. Los francotiradores darían apoyo táctico para protegerles.

            Yo estaba sentado en el asiento trasero del todoterreno. Como la ventanilla estaba bajada oía perfectamente los disparos y las explosiones. También captaba el olor del humo, de la sangre y la pólvora. Hacía más de un año, en una redada en los barrios bajos de Los Ángeles, que no vivía lago parecido.
            A mi lado estaba sentada Claire. Estaba preocupada, pegada a la radio del coche. Las órdenes que se daban por la radio de la policía confirmaban sus sospechas. Los miembros de la banda china rival había sido prácticamente aniquilados por la banda de Chuang. Los que había huido, apresados por la policía. Como el líder la banda china local había sido retenido por los federales, los miembros habían decido por su cuenta declararle la guerra a las fuerzas de la ley y el orden. Como contaban con un buen suministro (conseguido ilegalmente) de armas automáticas, lanzagranadas, escopetas, rifles de asalto y demás armas que sólo un ejército debería tener, se estaban enfrentando ferozmente. Había muchos heridos dentro de la policía.
            Los oficiales al mando pensaron que la única solución posible para frenarlos eran entrar por sorpresa por detrás, a la vez que los chinos se entretenía en disparar a las barricadas improvisadas con los vehículos de los servicio de emergencia, acertando de vez en cuando algún policía.
           
            Dieron la orden. Entraron rápidamente. Utilizaron una pequeña carga de C-4 para abrir una entrada en el establecimiento. Como tenían máscaras antigás puestas, los botes y las granadas de humo no les afectaron. Pero, a los de dentro sí. Sam entró el primero, seguido de dos agentes con escudos. Jack entró después. Casi todos los chinos estaban en el suelo, tosiendo fuertemente. Los detuvieron. Los que conseguían salir eran abatidos por pelotas de goma. Si estaban armados o mostraban actitud agresiva, los francotiradores tenían órdenes de dispararles, a la pierna. Un disparo en la rodilla es muy doloroso. Tuvieron que darles a varios.

            En la azotea del edificio había un hombre. Le vía perfectamente desde mi posición. Intentaba escapar por los tejados. Llegó a un al edificio siguiente. Como no había más edificios colindantes, bajó por las escaleras de incendios.
            Los agentes de la policía ya habían logrado tomar la situación bajo control. Estaban registrando piso por piso, sin encontrarse resistencia alguna. Una vez caídos los líderes de la banda, el resto se rendía. Tenían aprecio por su vida, aunque fuese una miserable y repugnante vida de traficante y asesino.
            No me lo pensé dos veces. Salté por la ventanilla. Caí sobres mis patas delanteras. Me giré y miré a Claire.
            —¡Qué haces! —me gritó—. ¡Vuelve aquí, no seas estúpido!
            Ladré y salí corriendo. No era un estúpido. Sabía perfectamente que si ese delincuente huía, podría reunir al resto de sus amigos e intentar algo peor.
            Esquivé con facilidad los coches que bloqueaban el paso. Callahan me ordenó a gritos que me quedase quieto. No podía obedecerle. Sacó su radio y llamó a Jack. Le dijo lo que estaba haciendo. Jack salió del edificio y le entregó su rifle al agente que acompañaba a Sam. Echó a correr y me persiguió.
            Al final me dio alcance. Estábamos a unas cuantas calles de la escena. No había mucha gente por la calle, la mayoría curiosos y algún que otro periodista. Pero los agentes uniformados les rogaban amablemente que se fueran del lugar. Aún era una zona de riesgo.
            Olisqueé el aire, tratando de encontrar un rastro de mi presa. Lo capé. Era sangre, con olor a coda china y pólvora.
            “Es él. Estoy seguro”, pensé.
            —¿Qué te ocurre? —me preguntó Jack—. ¿Por qué has salido corriendo? Te dije que te quedaras dentro. Me temía lo peor. Venga, volvamos, seguro que están preocupados por nosotros.
            Retrocedí. Emití un pequeño ladrido y me dí la vuelta. Había encontrado el rastro de aquel tipo y no pensaba dejarle escapar.
            Jack comprendió enseguida qué hacía. Comunicó por radio su situación y de que buscaban al menos a un hombre que se había escapado, posiblemente armado.
            Unos segundos después, llegaron los coches patrulla. Se bajaron algunos hombres. Jack les comunicó que había un sospechoso aún suelto, que había conseguido escapar.
            —Tened cuidado muchachos —les dijo a los agentes—. Posiblemente esté armado, así que no os hagáis los héroes. Si le encontráis contactad por radio e iremos todos juntos a por él.
            Confirmaron la orden y se dispersaron por el lugar.
            Jack se giró hacia mí. Comprobó cuántas balas le quedaban en sus dos armas. Se secó el sudor de la frente con la manga de la camisa. Estaba muy sucia.
            —Bien —me dijo—. Adelante, Max. Encuéntrale.
            Mi respuesta fue salir corriendo hacia un callejón. Conseguí encontrar el rastro. Casi lo pierdo. Había demasiados olores fuertes procedentes de la contaminación en el aire que camuflaban el del sospechoso, pero la sangre es muy fácil de localizar. Ese olor peculiar que tiene, hace que sea fácil de localizar a alguien que esté sangrando. Viene bien sobre todo para buscar personas heridas en situaciones de búsqueda y rescate, como en casos de accidente. En este caso, era para capturar a un hombre peligroso.
            Era un callejón sin salida. Pero el rastro seguía aquí. No creo haberme equivocado. Me quedé dando vueltas en el sitio. Buscaba el camino que había tomado el hombre. Me detuve delante de una puerta metálica. Tenía una mancha de sangre en el picaporte. Le señalé la puerta a Jack con el hocico.
            —Bien hecho —me felicitó—. Ahora, entraré yo. Si está armado podría hacerte mucho más daño a ti que a mí.
            Agaché un poco la cabeza. Me sentía algo inútil en ese momento. Él llevaba todavía su chaleco antibalas. El mío lo habíamos dejado en el despacho. Era una tontería tener que llevarlo puesto con el calor que hacía para sólo ir a dar un tranquilo paseo al parque.
            Jack desenfundó el arma y le quitó el seguro.
            —Quédate aquí, en la puerta —me ordenó—. Si intenta huir por donde ha entrado lánzate a por él. Un perro rabioso suele dar mucho más miedo que un hombre armado.
            Sonrió y me acarició el cuello. Entró en el edificio mientras llamaba por radio para pedir refuerzos. Era un bloque de apartamentos y podría intentar tomar rehenes o hacer cualquier locura con tal de escapar. Caminó cautelosamente por los pasillos. Sujetaba firmemente su .45 con las dos manos. Se dirigió hacia las escaleras. Alzó la vista para cerciorarse de que iba por buen camino.
            Yo estaba con la cola y las orejas erguidas, atento a cualquier ruido.
            La detonación del arma de Jack al dispararse me puso en alerta. No se sucedieron más disparos. Tampoco gritos. Algo malo pasaba. Abandoné mi puesto y eché a correr escaleras arriba.
            Encontré a Jack en el segundo piso. Estaba tendido en el suelo, al borde la escalera. Tenía un cuchillo clavado en la pierna. Estaba medio inconsciente. Le intenté despertar lamiéndole la cara. Ladrando. No funcionaba. Improvisé. Le pegué un pequeño mordisco en su brazo izquierdo. Pegó un alarido de dolor que me asustó. Se miró el brazo y luego la pierna. No sangraba mucho. Se quitó el cinturón del pantalón e hizo un torniquete en la herida. Pegó otro grito al sacarse el cuchillo. Lo arrojó a un extremo del rellano. Desenfundó el revólver del .38 del tobillo. Abrió el tambor. Lo examinó y lo cerró con un rápido giro de muñeca.
            —Me ha herido y me había dejado en el suelo —me comentó—. Además, ha conseguido quitarme el arma. Luego el capitán me va echar una enorme bronca por esto.
            Se puso la mano izquierda sobre la herida. Es evidente que le dolía. Pero, hacía un esfuerzo para que no se lo notase. Emití un gemido de preocupación. Me tranquilizó con una acariciándome en el cuello y en las orejas.
            —Tranquilo. Estoy bien. Esto no es nada. No ha conseguido darme en la femoral. No sangro mucho.
            Respiró profundamente. Comenzó a andar despacio.
            —Vamos. Creo que se ha ido por arriba.
            Asentí con la cabeza.
            Subíamos por las escaleras, pegados a la pared, para evitar ser descubiertos.

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