viernes, 26 de agosto de 2011

Nuestro futuro (ensayo filosófico)

Es imposible saber si será hoy tu final... Nadie sabe lo que nos guarda el futuro, porque somos nosotros quienes hacemos nuestra historia, no hay destino, no estamos predestinados, el futuro no está preestablecido. Nosotros somos quienes tomamos nuestras propias decisiones y no un "ser" supremo, que (tal vez) no exista, siendo éste un algo que (según algunos) ya tiene un plan maestro para todos nosotros.
¿Tonterías? Posiblemente, nadie se haya dado cuenta de que nuestra sociedad haya evolucionado; es decir, haya experimentado diversos cambios (por suerte o por desgracia) gracias a ciertas personas o hechos concretos a lo largo de la historia. Éstos han hecho que nosotros nos encontremos en esta situación, la cual puede ser buena o mala dependiendo de cómo se miren las cosas. Pero esto no es solamente aquí, sino en todas partes. Nadie se encontrará a salvo de las opiniones ajenas mientras sigamos actuando tal y como lo llevamos haciendo durante siglos.
Debemos luchar por nuestros derechos, tenemos que defendernos, si no lo hacemos nosotros mismos, ¿quién lo hará?
A lo mejor merecemos lo que nos está pasando. En la propia naturaleza del ser humano se encuentra la autodestrucción, a la que sí estamos predestinados (como nos ha demostrado la propia historia) desde que existimos.
Somos unos seres terribles que están destruyendo su único hogar, a lo cual, sólo unos pocos se atreven a hacer algo para evitarlo. Los demás siguen igual que siempre.
Nuestro futuro parece incierto.


Aclaraciones:
Este texto fue un comentario reflexivo que escribí el día 10 de junio de 2007. Según creo recordar fue para alguna actividad de la asignatura de Filosofía de Bachillerato. El tema era sobre el futuro del ser humano. El resultado es el que acabáis de leer.

domingo, 14 de agosto de 2011

La Libertad (ensayo filosófico)

La libertad, según la RAE, es la «facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos». Pero, ¿la libertad realmente es posible? ¿Puede el ser humano despojarse de las leyes físico-biológicas, del destino, de los condicionamientos sociales y demás, para poder diseñar sus propios proyectos de vida libremente? Antes de intentar responder a estas cuestiones, ¿se sabe qué es la libertad? La libertad puede entenderse fundamentalmente de tres formas: la primera es «libertad como ausencia de obstáculos», otra manera de concebir la «libertad como capacidad de elegir», por último, «libertad como capacidad de crear». Estos modos de ver la libertad son contemplados por varias disciplinas (entre ellas la Filosofía). Sin embargo, a lo largo de la historia, se han observado distintas formas de ver y/o entender la libertad, además de distintas posturas tanto a favor como en contra.
Tenemos, por ejemplo, a San Agustín y su concepción de libertad. Este personaje, uno de los primeros en pensar sobre este tema, distinguía “libertad” y “libre albedrío”. Para él la primera es el anhelo de amar el supremo bien y de satisfacer así la búsqueda humana de la felicidad; pero, lo segundo consiste en la capacidad de decidir libremente, pero siendo una débil y frágil capacidad por consecuencia del pecado original. Como consecuencia de esta visión de la libertad, se llegó a la conclusión de que el hombre decidía en cosas con poca importancia, pues Dios lo tenía ya todo predispuesto. Esta postura podría calificarse, hoy en día, de «determinista». Por consiguiente, una tesis determinista es aquella que sostiene que las cosas suceden de modo necesario, inevitable, siguiendo el principio de causalidad. Esto es, todo lo que ocurre es por una causa. Claro es que San Agustín no era determinista (obviamente él no conocía ese término); sin embargo, un personaje que creía en el determinismo era el físico Laplace, no como el filósofo Kant (que ya en el siglo XVIII se vio obligado a enfrentarse con el problema del determinismo). Pues, entonces, el determinismo es una postura que no defiende la libertad. Por otro lado, a favor de la libertad disponemos de nuestra propia certeza interna: existen circunstancias en que sentimos que obramos libremente; en otras, en cambio, nos sentimos coaccionados por causas externas o arrastrados por emociones internas. Además, resulta difícil admitir que los fenómenos externos del ámbito humano puedan haber estado decididos desde el inicio de los tiempos. A pesar de esto, existe una teoría científica llamada «principio antropocéntrico», que dice que el ser humano existe porque el Universo es de esta manera, tal y como lo “conocemos”, y no de otra. No obstante, el determinismo tiene a su favor éxitos indiscutibles en el terreno de la ciencia (sobre todo en las de la Naturaleza). Más aun, los humanos parecemos estar hechos para pensar en términos de relaciones causales. La solución a este problema (al de si es posible la libertad en el ámbito humano) no es, por ello, fácil. Entonces, no se debe olvidar tampoco que defender la existencia de la libertad no significa cerrar los ojos ante las circunstancias concretas, que pueden hacer que esa libertad quede reducida a mínimos. Con respecto a esto, ya decía Hegel que los esclavos de la antigua Roma que aceptaban entusiasmados las doctrinas estoicas aprendían a sentirse libres interiormente, pero su libertad real (en sus vidas cotidianas) no existía, por lo que su supuesta libertad interior resultaba ilusoria. No se debe, por lo tanto, confundir la libertad como una posibilidad humana. Por otro lado, el filósofo Sartre (el representante más destacado del existencialismo, que dice que lo principal en el hombre es la libertad; además, era contrario al determinismo) consideraba que el hombre es responsable de todas sus acciones, incluso de sus pasiones. En cierto modo elegimos las pasiones que queremos tener. Esto quiere decir que, en tanto somos radicalmente libres, somos responsables de nuestras acciones. Pretender huir de la responsabilidad de nuestras acciones atribuyéndolas a las pasiones, a Dios, al ambiente, a la herencia genética, etc., no es sino “mala fe”, es decir una forma de autoengaño; nosotros hemos elegido hacer esas acciones. Por ello se puede decir que “estamos condenados a ser libres”. A pesar de todo, existen personas que tergiversan el significado de la libertad o “no lo conocen”. Unos serían los quebrantadores de leyes (anarquistas, terroristas, separatistas, etc.), que no entienden que la libertad no es hacer lo que a uno le venga en gana (con el fin de obtener algo u otros motivos); los otros, serían los “esclavos” (que todavía hay; pero no en este sentido, serían los que viven bajo una dictadura, aquellos que saben que son objetivos de asesinos y por el miedo no se atreven a salir…). Y, también, está la famosa frase «mi libertad acaba donde empieza la del otro». Esta expresión es, por así decirlo, una máxima universal que todos conocen y pocos la aplican a la vida diaria. Además, hay otra libertad que aún no ha sido mencionada: la libertad de expresión. Es de todos sabido que ésta no se lleva a cabo en todos los países, sin embargo, los nuevos medios de comunicación (sobre todo Internet y TV) han contribuido al desarrollo de esta libertad, ahí puedes informarte, comunicarte… sobre muchas cosas.
En conclusión, aunque se ha avanzado en el tema de la libertad, no se ha conseguido que haya una sociedad civilizada a nivel mundial en que haya una libertad e igualdad para todos. Esto, a pesar de que parezca una idea utópica, podría ser posible si no fuese por lo que hacen algunos sujetos: daño, muerte, dolor, atentados terroristas, robos, corrupciones, fanatismos de todas clases, y muchas más cosas que impiden una mejoría de la civilización humana en la cual haya paz y armonía.


Aclaraciones:
Este texto lo escribí hará ya unos años, cuando estaba en el Bachillerato. Era para la clase de Lengua y Literatura. Para que fuéramos aprendiendo a redactar argumentaciones y breves ensayos. El tema que nos dieron en aquel momento fue el de la libertad. El resultado es el que acabáis de leer.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Un olfato prodigioso (5)

            La radio de Jack estaba conectada. Nos dimos cuenta porque Sam nos llamó. Nos comunicó que tenía el edificio rodeado y asegurado. Nadie había entrado ni salido. Los helicópteros ya estaban sobrevolando la zona. Jack se puso el auricular en la oreja. Le dijo que estaba herido, pero que estaba bien. Les ordenó que asegurasen los pisos inferiores y comprobasen, puerta por puerta, si estaba dentro el chino. Les dio la descripción: chaqueta de cuero, camiseta blanca mancha de sangre, pelo moreno muy corto, y tenía su arma.
            Mientras hablaba por radio, oí unos gritos y luego unos disparos. Venían del quinto piso. Subí corriendo. Jack me dijo que esperase, que no fuera tan rápido. No podía. Quería vengarme. Habían herido a mi mejor amigo humano y no iba a perdonar a aquel tipo.
            La puerta de un apartamento estaba entreabierta. Asomé el hocico y olfateé el aire. Olía a sangre y pólvora.
            Jack rápidamente se puso detrás de mí.
            —Quédate detrás de mí —me dijo en voz baja—. Es posible que haya tomado rehenes.
            Entramos sigilosamente.
            —¡Eh poli! —gritó alguien con acento chino—. Estoy aquí. Ven a por mí.
            En el salón había dos personas: nuestro chino y una mujer mayor. Estaba llorando y tenía una herida en el brazo derecho.
            —Suelta inmediatamente a la señora —le ordenó Jack apuntándole con el revólver a la cabeza.
            —¿Qué te pasa, poli? —preguntó con guasa el chino—. No puedes dispararme. Darías a esta vieja.
            La mujer chilló pidiendo auxilio. Le clavó la pistola en la sien para que se callase.
            El equipo de Sam, junto con unos sanitarios, estaba en el borde de las escaleras. Preguntó por radio qué habían sido esos disparos. Jack le describió la situación en la que estábamos. Sin embargo, le ordenó que no actuasen, podría matar a la mujer.
            La situación era muy tensa. Se oían los helicópteros que sobrevolaban el edificio. Tenían asegurado el tejado.
            —Ríndete —ordenó Jack al traficante—. Estás rodeado. No puedes escapar.
            —No. No podéis tocarme porque tengo una rehén.
            Se rió malévolamente.
            Jack apretó la mandíbula. Estaba cansado, herido y no sabía qué podía hacer.
            Sólo un tresillo era lo que se interponía entre mi amigo y el asesino que agarraba con fuerza a una posible nueva víctima.
            No pensé. Sólo actué por instinto. Entré por el pasillo de la entrada al apartamento. Rodeé el sofá y le metí un buen mordisco al culo del secuestrador.
            Todo lo siguiente ocurrió en apenas un par de segundos.
            Gritó de dolor y apretó el gatillo del arma robada. Sin embargo, Jack fue más rápido y le acertó una bala en el hombro derecho, haciendo que desviase el brazo. La bala del .45 impactó contra la pared.
            La mujer consiguió liberarse y corrió fuera del piso. Un policía la agarró por la cintura y la puso a salvo. Le atendieron los sanitarios. Se recuperaría. Su herida era superficial.
            En cuanto la mujer se liberó, Jack le volvió a disparar en la rodilla. Esta vez cayó al suelo. Me puse encima de él. Gruñéndole ferozmente.
            El equipo de Sam entró y se llevó arrestado al chino. Resulta que era uno de los lugartenientes de Chuang-Tsé, un peligroso asesino que había conseguido eludir la justicia en más de una ocasión. Esta vez, no.
           
            Cuando salimos a la calle, esta vez por la puerta principal, Claire se abalanzó sobre Jack y le dio un fuerte abrazo.
            —Estaba muy preocupada por ti —dijo entre lágrimas—. Temía lo peor.
            —Cálmate —dijo mientras me acariciaba la cabeza a modo de consuelo —. Sólo es una herida de nada. Aquí, el verdadero héroe ha sido Maxwell. Le mordió el trasero al chino ese.
            Consiguió arrancarle una risita entre las lágrima. Yo moví la cola y ladraba. estaba contento. Al final, no habíamos salido malheridos de la situación.
            Jack se fue hacia la ambulancia, se sentó en una camilla. Me acerqué a él. Pero un sanitario me impidió el paso.
            —Deja que se acerque —ordenó Jack—. Es mi compañero.
            Me acarició y me dirigió una amplia sonrisa.
            —No te preocupes. Un par de puntos y listo —miró al sanitario—. ¿Verdad? Esto no es nada grave, ¿a qué no?
            —No —respondió—. Esto se lo trataremos enseguida. Aunque tendrá que visitar el hospital en un par de días para que le quitemos los puntos. Por lo demás, en cuanto acabemos, podrá irse a casa.
            —Gracias, hombre.
            El capitán estaba también en la calle, apoyado en su coche. Comentó algo con el agente federal que le estaba acompañando. Se despidió amablemente de él. Luego, vino hacia nosotros. Se secó con un pañuelo el sudor de su calva y se lo guardó en el bolsillo del pantalón.
            —Bueno, chicos —comenzó a decirnos—. Los chinos de la banda local y la rival van a ser juzgados por un tribunal federal. Al parecer, esto es mucho más grande que una simple pelea entre banda rivales por el control de una zona. Eso sí, nos han asegurado que todo el mérito es nuestro, del departamento de policía de Nueva York. Y…cambiando de tema. ¿Estás bien, Jack?
            —Sí —añadió Jack—. Su olfato es prodigioso. Consiguió encontrar el rastro del chino y nos llevó hasta este edificio. Si no llega a ser por él, las cosas podrían haber acabado bastante mal.
            —En eso tienes toda la razón —dijo Claire. Me miró y sonrió. Aun tenía los ojos rojos por las lágrimas—. Muchas gracias por cuidar de Jack. Eres el mejor agente perruno.
            Moví la cola y emití un ladrido de satisfacción.
            Se echaron a reír.
            —Bueno, venga —dijo Callahan—. Ahora toca recoger todo esto, abrir la zona al tráfico, rellenar un montón de informes... ¡Ay! Menudo día que hemos tenido y todavía lo que nos queda de él.
            —Claro, capitán —respondió Claire—. Pero, ahora, estoy muy liada. Voy a acompañar a Max a casa para que descanse, que hoy ha tenido demasiadas emociones.
            —Es verdad —añadió Jack—. Lo de hoy ha sido una experiencia agotadora para todos nosotros. En cuanto me curen, me iré a casa a reposar. Que estoy herido, jefe.
            —Vale —dijo el capitán—, de acuerdo, os doy el día libre. Pero mañana, os quiero puntuales en la oficina. ¿Comprendido? ¡Ah!...Casi se me olvida. En una semana estamos en julio. Vacaciones, época de plena actividad para ladrones y para el tráfico de drogas. Habrá que ir a las playas y al puerto, a vigilar la zona. Es posible que llegue una nueva remesa de contrabando de parte los chinos. Así que, habrá que estar atentos...
            Un ladrido fue suficiente para darles a entender que estaba listo para volver a entrar en acción. Se rieron. Sabían que mi olfato ya les había ayudado en más de una ocasión. Y volvería a hacerlo.


- FIN -

martes, 9 de agosto de 2011

Un olfato prodigioso (4)

            Tras un rato, apagaron casi todas las luces. Me cantaron el cumpleaños feliz. Les acompañe con unos aullidos. Luego, tomaron tarta. Yo, como el azúcar no lo puedo comer, comí unos dulces especiales para perro. Estaban muy ricos.
            —¿Y para esto yo estoy empezando una dieta? —se preguntó el capitán. Su barriga tampoco es que fuese muy grande. Y eso que era un agente que en últimos años los había pasado sentado tras su escritorio.
            Todos se echaron a reír.
           
            El tiempo siguió su curso. No fue hasta las diez pasadas, cuando nos fuimos a Central Park a dar un paseo Jack, Claire y yo. Fuimos por donde los árboles nos cobijaban con su sombra del calor que hacía.

            Serían las doce cuando a Jack le llamaron por radio. De su walkie-talkie primero sonó el pitido característico. A continuación, una voz de la centralita llamaba a todas las unidades que estuviesen en la zona que acudiesen al restaurante chino El pato feliz. Se estaba produciendo un tiroteo entre dos bandas rivales. Había pocos efectivos policiales en esa zona. Solicitaban refuerzos inmediatamente. Jack respondió a la llamada. Estaba a poco más de veinte minutos en coche de donde nos encontrábamos.
            Nos dirigimos en el todoterreno de Jack. Puso la sirena y encendió las luces. Tuvo que sortear el tráfico. Casi se da un par de veces con algún coche.
            Finalmente, llegamos en menos de diez minutos. La policía ya había acordonado el lugar. Varias bloques de edificios se habían convertido en una zona de guerra. Los equipos de respuesta táctica y de emergencia rodeaban el lugar. Esperando órdenes de sus jefes para entrar. Equipos de francotiradores estaban apostados en tejados que rodeaban la zona. No había helicópteros en la zona, ni siquiera de televisión. Según habían dicho por la radio, había hostiles fuertemente armados. Habían reventado varios coches que se encontraban estacionados en la calle. Tenían explosivos y armas de asalto suficientes como para volar la zona por los aires. No obstante, sólo se estaban disparando entre ellos.
            El restaurante chino era una tapadera, tal y como se había estado sospechando desde hacía tiempo, para el contrabando de mercancía y falsificaciones, tráfico de drogas y blanqueo de dinero. Nunca se encontraban pruebas suficientes para incriminar y encarcelar al supuesto jefe de la banda china, Chuang-Tsé. Un hombre gordo, muy bien vestido y siempre acompañado de sus leales guardaespaldas. Los federales le habían echado el guante un par de veces, sin éxito.
            Chuang-Tsé se encontrba esposado, en el interior de un furgón policial, junto a otros miembros de su banda heridos. Nuestro capitán, Callahan, les estaba interrogando. A su lado había un agente del FBI.
            Jack se bajó del coche.
            —Ni se os ocurra salir de aquí dentro —nos ordenó—. Claire, cuida de que no se le ocurra salir a perseguir a algunos de esos tipos. Son tipos muy peligrosos y están fuertemente armados. Si esto continúa sí, habrá que llamar a la Guardia Nacional.
            Dio la vuelta al coche. Abrió el maletero, se puso un armadura de kevlar por encima de la camisa; aunque, debajo de ésta, ya tenía su chaleco antibalas obligatorio. Abrió un maletín y sacó un rifle de asalto. Era el estándar de los SWAT: Colt M4A1, calibre mm. Se colocó la funda de su semiautomática del .45 en la pierna derecha. Ajustó el pequeño revólver del .38 en su tobillo. Cerró el maletero y se dirigió al furgón. Enseño su identificación al oficial. Nosotros éramos de antivicio, así que teníamos jurisdicción, con lo que podíamos actuar.
            El capitán le dijo algo a Jack. Asintió con la cabeza. Se colocó el auricular de su radio. Llamó a Sam. Era el teniente del equipo SWAT del departamento. Estaba en primera línea. Los camiones de las unidades de emergencia bloqueaban entradas y salidas a la zona; así como bloqueaban el paso del fuego enemigo.
            Sam vino casi al instante, corriendo. Llevaba puesto casi lo mismo que Jack, más el casco obligatorio y protecciones en las articulaciones. Estaban preparando un asalto por uno de los callejones que daban a la parte trasera del restaurante. Estarían escoltados por los furgones de los SWAT, que son blindados. Entrarían rápido y limpio. No eran un equipo de ataque, sino de contención. Utilizarían grandas de humo y munición no letal para contener a la multitud. Los francotiradores darían apoyo táctico para protegerles.

            Yo estaba sentado en el asiento trasero del todoterreno. Como la ventanilla estaba bajada oía perfectamente los disparos y las explosiones. También captaba el olor del humo, de la sangre y la pólvora. Hacía más de un año, en una redada en los barrios bajos de Los Ángeles, que no vivía lago parecido.
            A mi lado estaba sentada Claire. Estaba preocupada, pegada a la radio del coche. Las órdenes que se daban por la radio de la policía confirmaban sus sospechas. Los miembros de la banda china rival había sido prácticamente aniquilados por la banda de Chuang. Los que había huido, apresados por la policía. Como el líder la banda china local había sido retenido por los federales, los miembros habían decido por su cuenta declararle la guerra a las fuerzas de la ley y el orden. Como contaban con un buen suministro (conseguido ilegalmente) de armas automáticas, lanzagranadas, escopetas, rifles de asalto y demás armas que sólo un ejército debería tener, se estaban enfrentando ferozmente. Había muchos heridos dentro de la policía.
            Los oficiales al mando pensaron que la única solución posible para frenarlos eran entrar por sorpresa por detrás, a la vez que los chinos se entretenía en disparar a las barricadas improvisadas con los vehículos de los servicio de emergencia, acertando de vez en cuando algún policía.
           
            Dieron la orden. Entraron rápidamente. Utilizaron una pequeña carga de C-4 para abrir una entrada en el establecimiento. Como tenían máscaras antigás puestas, los botes y las granadas de humo no les afectaron. Pero, a los de dentro sí. Sam entró el primero, seguido de dos agentes con escudos. Jack entró después. Casi todos los chinos estaban en el suelo, tosiendo fuertemente. Los detuvieron. Los que conseguían salir eran abatidos por pelotas de goma. Si estaban armados o mostraban actitud agresiva, los francotiradores tenían órdenes de dispararles, a la pierna. Un disparo en la rodilla es muy doloroso. Tuvieron que darles a varios.

            En la azotea del edificio había un hombre. Le vía perfectamente desde mi posición. Intentaba escapar por los tejados. Llegó a un al edificio siguiente. Como no había más edificios colindantes, bajó por las escaleras de incendios.
            Los agentes de la policía ya habían logrado tomar la situación bajo control. Estaban registrando piso por piso, sin encontrarse resistencia alguna. Una vez caídos los líderes de la banda, el resto se rendía. Tenían aprecio por su vida, aunque fuese una miserable y repugnante vida de traficante y asesino.
            No me lo pensé dos veces. Salté por la ventanilla. Caí sobres mis patas delanteras. Me giré y miré a Claire.
            —¡Qué haces! —me gritó—. ¡Vuelve aquí, no seas estúpido!
            Ladré y salí corriendo. No era un estúpido. Sabía perfectamente que si ese delincuente huía, podría reunir al resto de sus amigos e intentar algo peor.
            Esquivé con facilidad los coches que bloqueaban el paso. Callahan me ordenó a gritos que me quedase quieto. No podía obedecerle. Sacó su radio y llamó a Jack. Le dijo lo que estaba haciendo. Jack salió del edificio y le entregó su rifle al agente que acompañaba a Sam. Echó a correr y me persiguió.
            Al final me dio alcance. Estábamos a unas cuantas calles de la escena. No había mucha gente por la calle, la mayoría curiosos y algún que otro periodista. Pero los agentes uniformados les rogaban amablemente que se fueran del lugar. Aún era una zona de riesgo.
            Olisqueé el aire, tratando de encontrar un rastro de mi presa. Lo capé. Era sangre, con olor a coda china y pólvora.
            “Es él. Estoy seguro”, pensé.
            —¿Qué te ocurre? —me preguntó Jack—. ¿Por qué has salido corriendo? Te dije que te quedaras dentro. Me temía lo peor. Venga, volvamos, seguro que están preocupados por nosotros.
            Retrocedí. Emití un pequeño ladrido y me dí la vuelta. Había encontrado el rastro de aquel tipo y no pensaba dejarle escapar.
            Jack comprendió enseguida qué hacía. Comunicó por radio su situación y de que buscaban al menos a un hombre que se había escapado, posiblemente armado.
            Unos segundos después, llegaron los coches patrulla. Se bajaron algunos hombres. Jack les comunicó que había un sospechoso aún suelto, que había conseguido escapar.
            —Tened cuidado muchachos —les dijo a los agentes—. Posiblemente esté armado, así que no os hagáis los héroes. Si le encontráis contactad por radio e iremos todos juntos a por él.
            Confirmaron la orden y se dispersaron por el lugar.
            Jack se giró hacia mí. Comprobó cuántas balas le quedaban en sus dos armas. Se secó el sudor de la frente con la manga de la camisa. Estaba muy sucia.
            —Bien —me dijo—. Adelante, Max. Encuéntrale.
            Mi respuesta fue salir corriendo hacia un callejón. Conseguí encontrar el rastro. Casi lo pierdo. Había demasiados olores fuertes procedentes de la contaminación en el aire que camuflaban el del sospechoso, pero la sangre es muy fácil de localizar. Ese olor peculiar que tiene, hace que sea fácil de localizar a alguien que esté sangrando. Viene bien sobre todo para buscar personas heridas en situaciones de búsqueda y rescate, como en casos de accidente. En este caso, era para capturar a un hombre peligroso.
            Era un callejón sin salida. Pero el rastro seguía aquí. No creo haberme equivocado. Me quedé dando vueltas en el sitio. Buscaba el camino que había tomado el hombre. Me detuve delante de una puerta metálica. Tenía una mancha de sangre en el picaporte. Le señalé la puerta a Jack con el hocico.
            —Bien hecho —me felicitó—. Ahora, entraré yo. Si está armado podría hacerte mucho más daño a ti que a mí.
            Agaché un poco la cabeza. Me sentía algo inútil en ese momento. Él llevaba todavía su chaleco antibalas. El mío lo habíamos dejado en el despacho. Era una tontería tener que llevarlo puesto con el calor que hacía para sólo ir a dar un tranquilo paseo al parque.
            Jack desenfundó el arma y le quitó el seguro.
            —Quédate aquí, en la puerta —me ordenó—. Si intenta huir por donde ha entrado lánzate a por él. Un perro rabioso suele dar mucho más miedo que un hombre armado.
            Sonrió y me acarició el cuello. Entró en el edificio mientras llamaba por radio para pedir refuerzos. Era un bloque de apartamentos y podría intentar tomar rehenes o hacer cualquier locura con tal de escapar. Caminó cautelosamente por los pasillos. Sujetaba firmemente su .45 con las dos manos. Se dirigió hacia las escaleras. Alzó la vista para cerciorarse de que iba por buen camino.
            Yo estaba con la cola y las orejas erguidas, atento a cualquier ruido.
            La detonación del arma de Jack al dispararse me puso en alerta. No se sucedieron más disparos. Tampoco gritos. Algo malo pasaba. Abandoné mi puesto y eché a correr escaleras arriba.
            Encontré a Jack en el segundo piso. Estaba tendido en el suelo, al borde la escalera. Tenía un cuchillo clavado en la pierna. Estaba medio inconsciente. Le intenté despertar lamiéndole la cara. Ladrando. No funcionaba. Improvisé. Le pegué un pequeño mordisco en su brazo izquierdo. Pegó un alarido de dolor que me asustó. Se miró el brazo y luego la pierna. No sangraba mucho. Se quitó el cinturón del pantalón e hizo un torniquete en la herida. Pegó otro grito al sacarse el cuchillo. Lo arrojó a un extremo del rellano. Desenfundó el revólver del .38 del tobillo. Abrió el tambor. Lo examinó y lo cerró con un rápido giro de muñeca.
            —Me ha herido y me había dejado en el suelo —me comentó—. Además, ha conseguido quitarme el arma. Luego el capitán me va echar una enorme bronca por esto.
            Se puso la mano izquierda sobre la herida. Es evidente que le dolía. Pero, hacía un esfuerzo para que no se lo notase. Emití un gemido de preocupación. Me tranquilizó con una acariciándome en el cuello y en las orejas.
            —Tranquilo. Estoy bien. Esto no es nada. No ha conseguido darme en la femoral. No sangro mucho.
            Respiró profundamente. Comenzó a andar despacio.
            —Vamos. Creo que se ha ido por arriba.
            Asentí con la cabeza.
            Subíamos por las escaleras, pegados a la pared, para evitar ser descubiertos.

lunes, 8 de agosto de 2011

Un olfato prodigioso (3)

            No obstante, me quedé parado. La escena que tenía ante mí era muy diferente a lo que yo me había imaginado. Todos los que estaban allí gritaron al unísono:
            —¡Felicidades, Maxwell!
            “¿Hoy es mi cumpleaños?”, me pregunté asombrado. “¿Cómo he podido olvidarlo? Será por los días tan ajetreados que hemos tenido estos días. Qué tonto he sido. Por eso Jack se comportaba de esa manera tan rara. Era una fiesta sorpresa”.
            —Felicidades, campeón —me dijo Jack —. Ya tienes cuatro años, viejo.
            Me abrazó. Todos mis compañeros del trabajo también se acercaron e hicieron lo mismo. Claire, la forense amiga íntima de Jack, se acercó. Se agachó hasta ponerme hasta mi altura y me dio un beso en la frente.
            —Muchas felicidades, Max. Eres el mejor compañero de cuatro patas que unos policías como nosotros podrían tener.
            Me puse sobre mis dos patas traseras y le lamí la cara. Jack enseguida se interpuso.
            —No te aproveches, pillo —dijo entre risas.
            También le lamí la cara. Era el perro más feliz del momento
            Nuestro jefe, el capitán Callahan, con su brillante calva y su bigote canoso, se aproximó a mí. No me acerqué mucho a él. Era un hombre fácilmente irritable, serio y de fuerte carácter. Supongo que es en lo que transformas tras ser un veterano, con una larga carrera profesional a sus espaldas. Se puso de cuclillas delante de mí.
            —Ven aquí y dame un abrazo, mi querido sabueso —me lo dijo con una amplia sonrisa, con los brazos abiertos.
            Me abalancé sobre él, aunque no le lamí. Eso no lo soportaba. Se echó a reír como nunca nadie le había visto hacerlo.
            “Al fin se relaja un poco este malhumorado”, pensé.
            Sam, otro de nuestros compañeros de trabajo, un hombre bastante alto y muy fuerte, se aproximó silenciosamente.
            —¡Sonreíd! —espetó y nos sacó una foto. El flash nos sorprendió.
            Callahan se quedó quieto. Respiró profundamente. Se puso de pie y yo me senté.
            —Hoy es un día especial —dijo Harry mientras miraba con cara inexpresiva a Sam—. Por eso, y porque el cumpleañero está delante, no te hago tragar esa cámara.
            Sam se dio media vuelta y sacó otras fotos a los demás. Callahan hizo un gesto de negación con la cabeza. Me miró y me dirigió una sonrisa.
            —¿Qué te parece si abrimos los regalos?
            Emití un pequeño ladrido como afirmación.
            —¡Atención, muchachos! —gritó en alto. Inmediatamente, todos se callaron—. Es la hora de entregarle los regalos al invitado de honor.
            Rápidamente, se apresuraron a coger unos paquetes que tenían en la mesa. Los depositaron justo delante de mí. Los estuve olfateando, tocándolos con las patas para adivinar qué es lo que contenían. Intenté abrir uno pequeño, mordiéndolo, pero el papel del envoltorio no tenía un gusto muy agradable. Levanté la cabeza para buscar a Jack. Le encontré apoyado en la columna del entro de la sala, hablando con Claire. Le llamé de un ladrido. Se giró hacia mí. Dio unos pasos y se agachó.
            —¿Qué te pasa? —me preguntó con una sonrisa—. ¿No puedes abrirlos?
            Cogió el paquete y lo abrió de un rápido movimiento. Dentro había un objeto de plástico, de color claro, semejante a un hueso. Pero no olía a hueso. El olor que desprendía era el de plástico nuevo. Jack lo apretó con la mano y emitió un sonido como un pitido. Me quedé algo sorprendido. Se lo cogí de la mano con mi boca. Apreté las mandíbulas y vivió a sonar ese pitido tan extraño.
            A la vez de que me entretenía un rato con este falso hueso, Jack y los demás desenvolvieron sus regalos. Le comentaban qué era cada cosa que me habían comprado. Sobre todo juguetes. Claire me había comprado un paquete de pelota de tenis, pero no de las normalitas, sino de las resistentes y especialmente hechas para perros traviesos. El capitán habría comprado un silbato especial. Según él era para que, cuando soplases por el instrumento, sonara un sonido muy agudo que sólo los perros lo oyesen y acudiesen a la llamada.
            —No creo que con él funcione —dijo Jack mientras me señalaba con el pulgar.
            —Tú sopla y prueba a ver qué pasa —respondió Callahan.
            Jack sopló por el silbato. Moví las orejas hacia la fuente del sonido. Emití un pequeño ladrido y seguí mordiendo y olisqueando los juguetes que tenía a mi alrededor.
            Se echaron a reír.
            —Te lo dije.
            —Tú practica con él. Ya verás como al final acudirá a la llamada.
            Siguieron hablando. Entretanto, Claire cogió el paquete que Jack había traído y había depositado sobre la mesa.
            —¿Eh, Jack? —preguntó Claire—. ¿Esto también es para Max?
            —¡Oh, sí! —respondió—. Casi se me olvida.
            Jack cogió el paquete de las manos de Claire. Le susurró algo al oído. Claire hizo un gesto de afirmación, comprendiendo lo que le había contado. Se dio media vuelta y se puso a mi lado.
            —Atended un momento, chicos —dijo al público, con poco éxito. Se calló cogió aire y gritó en voz alta—: ¡Callad y atended!
            Al instante, todos callaron y se quedaron mirándonos.
            —Ahora —prosiguió tras la pausa—, Jack va a abrir el regalo estrella para Max, en el que todos hemos participado.
            Hicieron un gesto de comprensión, afirmando que ya sabían qué era.
            —No es comida especial para ti —me dijo en voz baja Claire—. Eso vendrá después.
            Jack abrió el paquete delante de mí. En su interior parecía que hubiese una chaqueta. Pero yo no uso ropa, salvo cuando hace frío o nieva, algo bastante común en esta ciudad. La cogió y la sostuvo en alto.
            —Ven aquí —dijo Jack—. A ver qué tal te sienta.
            Tardamos un poco, pero al final me ajustó bien la prenda. Era relativamente ligera. No parecía una chaqueta normal. Su color oscuro y su olor no parecían de una prenda de vestir común.
            —Te queda muy bien —comentó Claire—. Hace juego con el color de tu pelo.
            —Es de los mejores que hay en el mercado para seguridad —dijo Sam—. Nos costó un poco encontrarlo, ya que nos suelen venderlos para perros  policías de ciudad. Se los dan sobre todo a los militares.
            —Pero, ya sabéis que tengo contactos en el Ejército —interrumpió Callahan—. Mi hermano está al mando de un regimiento de Rangers que está en Afganistán. Así que le pedí un favorcillo.
            —Es un chaleco antibalas canino —especificó Jack —. Y, no sólo balas, también protege contra cuchillos. Es ligero y permite bastante movilidad. Eso sí, nunca te confíes y actúes como un loco en medio de un tiroteo, porque una bala en la cabeza o una explosión fuerte siguen siendo mortales. ¿Entendido?
            Se agachó y me abrazó por el cuello. Le lamí la cara en gesto de agradecimiento. Movía la cola de felicidad.

domingo, 7 de agosto de 2011

Un olfato prodigioso (2)

            El coche se detuvo. Ya habíamos llegado al trabajo. Estábamos en el aparcamiento subterráneo. Me percaté de que hoy había más coches de lo habitual.
            —¿Otra vez soñando despierto? —me preguntó Jack mientras apagaba la radio y sacaba la llave del contacto.
            Le miré con cara despreocupada. Me acarició la cabeza. Emití un pequeño gemido de placer. Me gusta que acaricien, me deja más tranquilo. Por lo general, suelo ser bastante nervioso.
            Desabrochó su cinturón y el mío. Se guardó las gafas de sol en el bolsillo de la camisa. Abrió la puerta y dio la vuelta por delante.
            —¡Venga, abajo! —exclamó mientras abría la puerta.
            Salí del todoterreno y me fui hacia la puerta de entrada.
            —¡Eh!  —gritó—. Espérate. Que tengo que sacar una cosa del maletero.
            Ya se me olvidaba que guardó un paquete en el maletero. Me pregunto qué es lo que tendrá. Supongo que será material para la oficina. Estos últimos días estaban preparando algo en la oficina. Una especie de celebración de algo. Supongo que será porque pronto nos darán vacaciones de verano. Aunque, yo no suelo prestarle mucha atención a esas cosas.
            Jack llevaba la bolsa en su mano izquierda con bastante facilidad. El paquete no debía pesar mucho. En al otra mano llevaba las llaves. Iba hacia la puerta. Sin embargo, se dirigió hacia la derecha. Hacia las escaleras de servicio. Me quedé quieto en el sitio. Le miré extrañado, preguntándome a dónde iba.
            —Vamos, Maxwell —me dijo en con una inusual cara sonriente—. Hoy vamos a ir al despacho por las escaleras de servicio. Que son sólo tres pisos de nada. Así, llegaremos antes.
            Metió la llave en la cerradura y abrió la puerta. Sin saber si era bueno o malo lo que tramaba, le seguí, aunque desconfiado. Siempre hay que tener cautela en situaciones anormales.


            Llegamos al tercer piso. Una vez en la puerta, Jack llamó a la puerta. Golpeó dos veces seguidas y luego un golpe un poco más fuerte que el anterior.
            “¿Una contraseña?”, pensé.
            En ese preciso instante, caí en la cuenta de que las escaleras de servicio no llevan a los despachos. Dan directamente a la sala común, que solía ser usadas para reuniones informales o para la hora de comer.
            Abrí la boca, pero no emití ningún sonido. Oí perfectamente el sonido de la cerradura. La puerta se abrió desde dentro. Todo estaba a oscuras. No se veía nada. Capté algunos sonidos: cuchicheos, gente hablando en voz muy baja y objetos de cristal golpeándose.
            Jack carraspeó fuertemente. Del interior de la sala oscura ya no se producía sonido alguno. Le miré extrañado, preocupado por lo que pudiera pasar. Inclinó la cabeza hacia mí, sonrió y me guiñó un ojo. Hizo un ademán con la mano para que pasase para dentro. Ya que no se oía nada y todo estaba completamente a oscuras, intenté captar algún olor peculiar que delatase qué ocurría allí. Había olores dulces, suaves, agradables. No parecía que aquello donde me estaba metiendo pareciese una trampa. ¿O sí?
            Lentamente, entré con la cabeza gacha, pero mirando al frente, procurando captar cualquier signo de que ahí había elementos hostiles. Jack cerró la puerta cuando pasamos. De repente, la sala se iluminó. Adopté una postura agresiva y me propuse saltar encima del primer individuo.

sábado, 6 de agosto de 2011

Un olfato prodigioso (1)

            El olor del café recién preparado me hizo despertar de mi sueño.  Bueno, eso y el calor que hacía. Me estiré en la cama y comprobé que mi compañero no estaba en la cama. Miré por la ventana. El sol pegaba fuerte afuera. Me temo que hará mucho calor. Pegué un salto de la cama y me dirigí a la cocina.
            Jack estaba en la cocina. Su rutina era siempre la misma: tomarse una taza de café y algo de comida, generalmente bollería. No obstante, ahí estaba él, de pie, apoyado en la mesa bebiéndose su taza. Ni siquiera había encendido la televisión para ver el noticiario matutino.
            “Aquí pasa algo raro”, pensé. Me acerqué a él.
            Le miré con cara de preocupación. Me devolvió la mirada. Sonrió y me acarició el cuello. Era su forma de expresar que todo iba bien.
            —Buenos días, Max —dijo en un tono más amable de lo habitual—. Hoy, hay que ir temprano a la oficina así que no hay tiempo para desayunar.
            Bebí un poco de agua. Jack se terminó el café y dejó su taza en el fregadero. Cogió su teléfono móvil, su cartera y las llaves de la mesa de la cocina y se las guardó en los bolsillos de los pantalones.
            —Vete yendo hacia el coche —me dijo mientras habría la puerta de la calle—. Tengo que coger unas cosas de mi habitación.
            Le miré extrañado mientras entraba en su cuarto. Me di la vuelta y salí del apartamento y me fui directo hacia el ascensor. Aunque viviésemos en un segundo piso, usábamos el ascensor, ya que nos llevaba directamente al garaje, en la planta sótano.
           
            Jack bajó unos minutos después. Llevaba puestas unas gafas de sol y traía una bolsa con un paquete de cartón en su interior. Me abrió la puerta del todoterreno.
            —Adentro, Maxwell —me dijo. Se volvió al maletero a guardar la bolsa.  Me senté en el asiento del copiloto.
            Cerró la puerta del maletero. Abrió la puerta del conductor.
            —Son las ocho menos cuarto —comentó mientras se sentaba —. Espero que, aún siendo viernes por la mañana no haya mucho tráfico. No me gustaría llegar tarde en un día como hoy.
            Cerró la puerta. Me abrochó el cinturón de seguridad, ya que yo no podía. Luego se puso el suyo. Metió la llave en el contacto y arrancó el motor. Metió la primera marcha y salimos del garaje.
            Ya en la calle, bajó las ventanillas para que hubiese algo de corriente. Asomé ligeramente la cabeza. El cinturón no me permitía moverme mucho en el asiento; pero, la seguridad es lo primero.
            El coche se detuvo en el semáforo de la avenida. Dos calles más abajo y estaríamos en el trabajo. Giré la cabeza y miré a Jack con la boca abierta.
            —¿Qué te pasa? —me preguntó.
            Miré al salpicadero. Al instante comprendió lo que quería. Encendió la radio. Me gusta escucharla en el coche. Justo al encenderla sonó la alarma del reloj de la emisora. Eran las ocho en punto. El locutor empezó a hablar de la ola de calor que estábamos sufriendo en esta última semana de junio y de que duraría todos estos días, aunque luego remitiría y llegaría un frente frío del norte.
            —Esto va a ser fantástico —dijo Jack en plan sarcástico—. Primero esta ola insufrible de calor y después un frente frío. Cómo me gusta el clima de Nueva York.
            Sabía cómo se sentía. Los golpes de calor me afectaban mucho y solía pasarlo mal. Por eso en verano, en nuestra antigua ciudad, nos solían dar vacaciones, para descansar en casa y salir a la playa. En Los Ángeles estábamos bien, vivíamos cerca de la playa. Pero a Jack no le gustaba demasiado estar en la playa. En cuanto surgió la oportunidad de pedir traslado, nos fuimos derechos a Nueva York, a Manhattan, para ser más exactos. Es una ciudad muy grande, con mucha gente y muy urbanizada. Aunque, teníamos el Central Park, donde solemos pasar las tarde de los fines de semana. Estaba a menos de media hora andando desde nuestro apartamento. Nos lo pasábamos muy bien.

viernes, 5 de agosto de 2011

Aviso importante:

Salvo que se indique indique lo contrario, por lo general, los hechos y personajes de las obras que aparezcan en el blog son producto de la ficción; cualquier parecido con personas o acontecimientos reales es mera coincidencia y resultado de la casualidad.
La localizaciones que se nombren pueden ser o no ser reales. En el caso de que existan esos lugares, me he tomado la libertad de cambiar algunos datos con fines de carácter puramente narrativo.
La alusión a personajes/sucesos contemporáneos o del pasado es meramente puntual, sin que ello produzca alteración alguna en el desarrollo de la trama.

jueves, 4 de agosto de 2011

Primera publicación: Introducción.

¡Por fin lo he hecho!
Ya era hora de que, en este mundo tan globalizado y en esta época de adelantos tecnológicos, publicara un blog en Internet.
Mi blog va ir, como indica el título del mismo, de relatos e historias escritas por mí.
Sí, ya sé que hay cientos de blogs que van de lo mismo. Entonces, ¿por qué hacer algo que a lo mejor otros hacen mejor que yo? Pues porque puedo. En efecto, si ellos pueden, yo también. Con suerte, hasta surgirá algo que merezca la pena..
El género de los relatos, cuentos, ensayos y demás escritos que iré publicando será diverso. Aviso de que la novela romántica no estará entre ellos.
El motivo principal de que lo publique en red es para que la gente lea lo que he ido escribiendo (y, con un poco de suerte, alguna editorial se interese por mí y quiera publicar mis obras). Suele llegar a ser frustrante escribir algo y que luego nadie se digne ni echar un vistazo a tu pequeña obra.
De lo que sí que no pienso hablar va a ser sobre temas de actualidad, opiniones críticas sobre temas diversos (a saber: famosos, política, cotilleos...). Las excepciones existen. Puede que escriba algún ensayo filosófico; pero eso sí, procuraré que no incluir temas de actualidad. Para ello ya existen lo blogs y foros especializados en esos temas, así como las webs de noticias.
Bueno, a partir de ahora sólo habrá publicaciones de mis escritos.
Un saludo y gracias por pasarte por aquí.